Domingo 14º Tiempo Ordinario, Año B (8 julio 2018)

De Corazón a corazón: Ez 2,2-5 (“Yo te envío… sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta”); 2Co 12,7-10 (“Te basta mi gracia… Sufro por Cristo, pues cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte”); Mc 6,1-6 (“Se puso a enseñar en la sinagoga… ¿no es éste el carpintero, el hijo de María?… Se escandalizaban de él”):

Contemplación, vivencia, misión: Ser “hijo de María” o “hijo de José”, para los nazaretanos, equivalía a clasificar a Jesús como “don nadie”. Así nos ha amado él, hasta hacerse uno de nosotros, “hijo del hombre”, siendo el Hijo de Dios, para asumir nuestra historia (también nuestros pecados) y hacernos partícipes de su filiación divina. La fuerza de la divinidad se muestra en nuestra debilidad, si nos prestamos a ser barro moldeable en sus manos y en su Corazón. “Se trata de ofrecernos a él que nos primerea, de entregarle nuestras capacidades, nuestro empeño, nuestra lucha contra el mal y nuestra creatividad, para que su don gratuito crezca y se desarrolle en nosotros” (Gaudete et exsultate, n.56).

*Dejarse sorprender y hacer de la vida un “sí” como la Madre de Jesús: La historia se repite como una constante de la Encarnación del Verbo. Él, “hijo de María”, nació pobre en Belén, vivió marginado en Nazaret, pasó tres años “haciendo el bien” y “sin tener donde reclinar la cabeza”. Su lógica de donación da sentido a nuestra vida ordinaria.

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