De Corazón a corazón: Hch 1,15-26 (“Testigo con nosotros de la resurrección… agregado al número de los Doce”); Jn 15,9-17 (“Permaneced en mi amor…vosotros sois mis amigos… yo os he elegido”)
Contemplación, vivencia, fraternidad, misión: La vocación apostólica es declaración de amor y de amistad. El apóstol es testigo de este amor, que ha experimentado en el encuentro con Cristo resucitado y en la convivencia con él, compartiendo su misma vida. Se necesita saber convivir con el Señor, permanecer en su amor y amistad, compartir su mismo estilo de vida. La vocación es un don del Señor para el bien de toda la Iglesia y de toda la humanidad; no hay lugar para el feudalismo (clericalismo) ni para los descuentos. Es la vocación de no anteponer nada al amor de Cristo.
*Con María la Iglesia ora y camina en comunión y esperanza, abierta a las sorpresas del Espíritu Santo: La fiesta de un apóstol (San Matías), elegido en el Cenáculo, con la presencia de María, nos recuerda nuestra vocación “apostólica”. Las tempestades y las penas son providenciales y, con la presencia orante de María, se pueden cambiar en el “verdadero gozo pascual” de la donación, equivalente a la “caridad pastoral”.