San Matías, Apóstol (martes 14 mayo 2024)

De Corazón a corazón: Hch 1,15-26 (“Testigo con nosotros de la resurrección… agregado al número de los Doce”); Jn 15,9-17 (“Permaneced en mi amor…vosotros sois mis amigos… yo os he elegido”)

Contemplación, vivencia, fraternidad, misión: La vocación apostólica es declaración de amor y de amistad. El apóstol es testigo de este amor, que ha experimentado en el encuentro con Cristo resucitado y en la convivencia con él, compartiendo su misma vida. Se necesita saber convivir con el Señor, permanecer en su amor y amistad, compartir su mismo estilo de vida. La vocación es un don del Señor para el bien de toda la Iglesia y de toda la humanidad; no hay lugar para el feudalismo (clericalismo) ni para los descuentos. Es la vocación de no anteponer nada al amor de Cristo.

*Con María la Iglesia ora y camina en comunión y esperanza, abierta a las sorpresas del Espíritu Santo: La fiesta de un apóstol (San Matías), elegido en el Cenáculo, con la presencia de María, nos recuerda nuestra vocación “apostólica”. Las tempestades y las penas son providenciales y, con la presencia orante de María, se pueden cambiar en el “verdadero gozo pascual” de la donación, equivalente a la “caridad pastoral”.

Lunes semana séptima de Pascua (13 mayo, Virgen de Fátima)

De Corazón a corazón: Hch 19,1-8 (“¿Recibisteis el Espíritu Santo?… No hemos oído decir siquiera que exista”); Jn 16,29-33 (“No estoy solo, el Padre está conmigo… ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo”)

Contemplación, vivencia, fraternidad, misión: El regalo de Jesús Resucitado es el don del Espíritu Santo, que se recibe con la actitud filial de humildad y confianza. El Espíritu Santo es “el gran desconocido” y marginado por quienes son “autosuficientes”: “Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre… porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños»” (Lc 10,21). Estos días, antes de Pentecostés, recordamos filialmente a María en el Cenáculo: "Estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés… Tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza” (Benedicto XVI, Spe Salvi 50)

*Con María la Iglesia ora y camina en comunión y esperanza, abierta a las sorpresas del Espíritu Santo: (Virgen de Fátima) “María desde Fátima lanzó a todas las generaciones el poderoso y admirable mensaje del amor de Dios que llama a la conversión, a la verdadera libertad” (Papa Francisco, Mensaje para la JMJ 2023).

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Domingo 12 mayo 2024)

De Corazón a corazón: Hch 1,1-11 (“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo… seréis mis testigos… así vendrá”); Ef 4,1-13 ("Este mismo que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos"); Mc 16,15-20 ("Id a todo el mundo… Ellos fueron… el Señor con ellos")

Contemplación, vivencia, fraternidad, misión: La Ascensión del Señor indica su nueva presencia entre nosotros (cfr. Mac 16,20; Mt 28,20). Nuestra vida está injertada en la misma vida de Cristo. Ya no estamos solos. Ocupamos un puesto peculiar en su Corazón, participando de su misma vida. Ya desde ahora comparte con nosotros su glorificación. Quiere seguir construyendo la historia por medio de nosotros, que somos su familia (“mi Iglesia”), la visibilidad sacramental de su donación. Con el envío del Espíritu Santo, nos convertirá en su expresión (“testigos”) y su “complemento”. Para vivir esta realidad misionera, hay que aprender a pasar días de “cenáculo”, en sintonía “con María la Madre de Jesús” (Hch 1,14), revisando la propia vida e implorando el Espíritu Santo.

*Con María la Iglesia ora y camina en comunión y esperanza, abierta a las sorpresas del Espíritu Santo: El Espíritu Santo, que formó a Jesús en el seno de María, nos transforma ahora (en el corazón de María y de la Iglesia) en testigos del nuevo proyecto de Dios Amor. El Señor nos ha dejado como herencia a su misma Madre. “En sus entrañas tiene, aun estando en el cielo, entrañable compasión de nosotros … ¡Oh Madre de misericordia!” (S. Juan de Ávila, Sermón 68).