ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS COMO MARÍA:
Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.» (Lucas 11:27-28)
María, acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cfr. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28).
Los hechos y dichos de Jesús, María los escuchaba y los relacionaba con las Escrituras. Es la dinámica de escuchar, ver, recordar. En Belén, María comparaba lo que había oído de parte del ángel (cfr. Lc 2,10-12.17), con lo leído en la Escritura (e.g. Is 9,5) y lo visto (el niño recién nacido). «Meditando en su corazón, se daba cuenta que las cosas leídas se armonizaban con las palabras del ángel… Veía al niño recostado… aquel que era el Hijo de Dios… Lo veía recostado y ella meditaba las cosas que había oído, las que había leído y las que veía» (San Jerónimo)
Los discípulos se hacen «hermanos» del Señor, porque «escuchan la Palabra (en el corazón) y la ponen en práctica», siguiendo el modelo de la Madre de Jesús (Lc 8,21; cfr. Lc 2,19.51).
La actitud contemplativa de la Iglesia es una actitud profundamente mariana: «escuchar» la Palabra con el «corazón» abierto a los planes de Dios (cfr. Lc 2,19.51). Es la actitud de volver a la autenticidad de un corazón que se abre al amor, «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23).
El itinerario contemplativo de la Iglesia sigue la invitación del Señor (“he aquí a tu madre”: Jn 19,26), para vivir en sintonía con su realidad materna: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Es, pues, itinerario con, por, en y como María:
– dejarse sorprender por las palabras y acontecimientos de Jesús (cfr. Lc 2,19.51),
– admirar, respetar y adorar los planes salvíficos de Dios (cfr. Lc 1,29; 2,33),
– actitud de pobreza bíblica y de confianza filial (cfr. Lc 1,48, “esclava”, “pobre”),
– actitud de servicio a los hermanos (cfr. Lc 1,39) como instrumento portador de la gracia del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,41),
– vivir en sintonía con Cristo el silencio de una donación total (cfr. Jn 19,25ss),
– vivir la oración eclesial (personal y litúrgica) en “Cenáculo” y en armonía de sentimientos y de oración “con María la Madre de Jesús” (Hch 1,14).
“(Virgen María)… Da pronto tu respuesta. Responde pronto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel, responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina, emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna… Aquí está – dice la Virgen – la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (S. Bernardo, In laudibus Virginis Matris, Homilía IV, 8-9).
“Imitar a la Madre de Dios, que meditaba asiduamente las palabras y los hechos de su Hijo (cf. Lc 2,19.51) (Papa Benedicto XVI, Verbum Domini, n.83). “La Madre de Dios. Modelo para todos los fieles de acogida dócil de la divina Palabra, Ella «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). Sabía encontrar el lazo profundo que une en el gran designio de Dios acontecimientos, acciones y detalles aparentemente desunidos” (Verbum Domini, n.87)
“El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios… la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios… sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (Papa Benedicto XVI, Deus Caritas est, n.41)
“La Madre se asocia al Hijo y custodia en el silencio … Y contemplando en silencio, dejamos que Jesús nos hable al corazón … todas estas cosas poblaban el corazón de María… Las meditaba, es decir las repasaba con Dios en su corazón … todos necesitamos tener un corazón de madre, que sepa custodiar la ternura de Dios y escuchar los latidos del hombre” (Papa Francisco, Homilía 1 enero 2018, Maternidad divina)