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Proceso de discernimiento, formación, fidelidad, perseverancia, entrega

JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO, 21 de abril de 2024 (Selección)
Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz

… Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida…

Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran.

Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él.

Un pueblo en camino: La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos… Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.

Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2)…

En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Peregrinos de esperanza y constructores de paz: Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente… De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre

El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones.
Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados
Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza…
En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Rm 5,5)…

Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo… «Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable… en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276)…

Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto…
¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.

La valentía de involucrarse… ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz…
Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz. Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, FRANCISCO
(Texto completo):
https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/vocations/documents/20240421-messaggio-61-gm-vocazioni.html

DISCERNIR viviendo en sintonía con JESÚS, como PABLO

El discernimiento misionero de S. Pablo: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,5).

Discernimiento. La familiaridad con el Señor: “El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada” (Papa Francisco. 28 sept. 2022)

1.-Me ama, confío en él, no dudo de su amor

“Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). “El amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3,19).  “Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor ” (Ef 5,2). “Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25-26). «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

2.-Quiero amarlo y hacer de mi vida una donación para él y los hermanos

“No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

“Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado” (1Co 2,2).

“Vuestra vida está escondida en Dios junto con Cristo… vida vuestra” (Col 3,3-4).

“¿Quién nos separará del amor de Cristo?… ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro” (Rm 8,35.39)

3.-Quiero que todos le amen, mi vida es su misma misión

“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios… Me siento deudor de griegos y bárbaros, de sabios e ignorantes… no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm 1,1.14.16).

“¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1Co 9,16). “Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos” (1Co 9,22). “Cristo tiene que reinar” (1Co 15,25)

“Porque nos apremia el amor de Cristo… Murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos” (2Co 5, 14-15)

“Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (María), nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial” (Ga 4,4-5). “Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo se forme en vosotros” (Ga 4,19).

«Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento» (Ef 3,17).

«Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia… para presentarlos a todos perfectos en Cristo» (Col 1, 24.28)

 

PRESENCIA MATERNA DE MARÍA. DEJÉMOSLA ENTRAR

JUAN PABLO II, En sintonía con la presencia activa y materna de María:

La Madre de Jesús y Madre nuestra nos acompaña en el camino de la fe y del amor:

“Su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia… María, como Madre de Cristo, está unida de modo particular a la Iglesia” (Redemptoris Mater, nn.1 y 5). «Haced lo que él os diga»… “En Caná María aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera ‘señal’ y contribuye a suscitar la fe los discípulos… se trata de una mediación maternal” (ibídem, n. 21). “Esta ‘nueva maternidad de María’, engendrada por la fe, es fruto del nuevo amor, que maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo” (ibídem, n.23). “El Evangelio de Juan… ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre” (ibídem, n.23, nota 47).

Su maternidad continúa como presencia activa y materna:

“Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una ‘nueva’ continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia … Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia. También en la Iglesia sigue siendo una presencia materna, como indican las palabras pronunciadas en la Cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»… « Ahí tienes a tu madre»” (ibídem, n.24). “No sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su Madre, sino que buscan en su fe el sostén para la propia fe. Y precisamente esta participación viva de la fe de María decide su presencia especial en la peregrinación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios en la tierra” (ibídem, n.27).

Es “Medianera” y colaboradora como Madre:

“Mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo. Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno … Esta función constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia” (ibídem, n.38). “En virtud de este amor… desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo… A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de «ardiente caridad» hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo” (ibídem, n.39). “Después de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna” (ibídem, n. 40).

Si la dejamos entrar, aprenderemos de ella a ser Iglesia misionera y madre:

“Se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad” (ibídem, n.43). “La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. …. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano” (ibídem, n.45). “María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido María, Madre de la Iglesia, es también su Modelo” (ibídem, n.47). “Toda la Iglesia es invitada a vivir más profundamente el misterio de Cristo, colaborando con gratitud en la obra de la salvación. Esto lo hace con María y como María, su madre y modelo: es ella, María, el ejemplo de aquel amor maternal que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres” (Redemptoris Missio 92; cita implícita de LG 65)

La ternura materna de María se expresa en la vocación y vida de cada apóstol:

“Junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su «fiat» definitivo” … la llamamos también Madre de la misericordia… el tacto singular de su corazón materno… su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre” (Dives in Misericordia, n.9). “Madre de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu para el nuevo Pueblo y sus Pastores: … acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes” (Pastores dabo vobis, n.82). “La presencia de María tiene una importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada, como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad… La persona consagrada encuentra, además, en la Virgen una Madre por título muy especial  … amándola e imitándola con la radicalidad propia de su vocación y experimentando, a su vez, una especial ternura materna… Por eso, la relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima para avanzar en ella y vivirla en plenitud” (Vita Consecrata 28)

El “sí” de María se inserta en nuestro “amén” al celebrar la Eucaristía:

Por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios… hay una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor» (Ecclesia de Eucharistia 55). “Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas» (ibídem, n.57).