MADRE NUESTRA, ENSÉÑANOS A CREER, ESPERAR Y AMAR CONTIGO

Benedicto XVI: María Madre de Jesús y Madre nuestra, en un mundo sediento

La historia cambia haciendo de la vida un “Magníficat”:

«Magnificat» (Lc 1, 46)… “Expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno… Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cfr. Lc 1, 38.48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios” (Deus Caritas est, n.41).

María, mujer que cree, espera y ama:

“Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel…  Es una mujer de fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1, 45)… María es una mujer que ama… Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama” (ibídem 41)

Meditando la Palabra en el corazón, siempre se puede hacer lo mejor:

“El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios… sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (ibídem 41)

Madre de Jesús y nuestra, bajo la acción del Espíritu Santo:

“Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14)” (Deus Caritas est, 41). “La palabra del Crucificado… «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27). se hace de nuevo verdadera en cada generación. María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los creyentes” (ibídem 42). «Es posible sugerir una analogía: así como el Verbo de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, así también la Sagrada Escritura nace del seno de la Iglesia por obra del mismo Espíritu» (Verbum Domini, n.19)

En ella experimentamos su amor materno y cooperamos a construir un mundo mejor:

“A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón… María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva… Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios… Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento” (Deus Caritas est, n.42). «María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios» (Verbum Domini, n.124)

Con ella y de ella recibimos a Jesús, la Palabra del Padre:

“Todo lo que Dios nos ha dado encuentra realización perfecta en la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra… Es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad… Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte” (Sacramentum Caritatis, n.33). “Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la Palabra divina; conserva en su corazón los acontecimientos de su Hijo, componiéndolos como en un único mosaico (cf. Lc 2,19.51)… Ella es la figura de la Iglesia a la escucha de la Palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida» (Verbum Domini, n.27)

María, mujer eucarística:

“María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Verbum Domini, n.33). “En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, «Mujer eucarística»… Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre… De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales” (Sacramentum Caritatis, n.96).

El “sí” de María, Estrella y Madre de la Esperanza:

“María… estrella de esperanza, Ella que con su «sí» abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)” (Spe Salvi, n.49). “Desde la cruz recibiste una nueva misión… te convertiste en madre de los creyentes… Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza… Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (ibídem, 50). «El vínculo intrínseco entre Palabra y fe muestra que la auténtica hermenéutica de la Biblia sólo es posible en la fe eclesial, que tiene su paradigma en el sí de María» (Verbum Domini, n.29)

María en el Cenáculo de un Pentecostés permanente:

“Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)” (Porta Fidei, n.13). “La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que —como la Virgen María— acogen la Palabra de Dios y la conciben por obra del Espíritu Santo… se hacen capaces de generar a Cristo hoy en el mundo. A través de la Iglesia, el Misterio de la Encarnación permanece presente para siempre. Cristo sigue caminando a través de los tiempos y de todos los lugares” (Despedida, 28 feb. 2013)

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